Es difícil para un/a sanitaria/o reconocer que en su labor diaria de asistencia puede ejercer violencia. Es realmente complejo identificar esta entidad si no se sabe exactamente a qué se refiere el término. Son numerosos los organismos internacionales que tienen bien definido qué es la violencia, y que su aplicación específica sobre la mujer y su bebé a lo largo de la gestación, parto y posparto se denomina violencia obstétrica.
Sé, por propia experiencia personal, que es doloroso darse cuenta de que uno ejerce esta violencia. La primera vez que tomé conciencia de que yo también la ejercía entré en shock. Desde entonces, casi todos los días agradezco la oportunidad ofrecida por aquellas personas que me hicieron abrir los ojos a una realidad que nos envuelve a todos y en la que yo estaba sumida. Aunque no había practicado la totalidad de intervenciones que una matrona puede hacer en el ámbito de su labor asistencial y que pueden considerarse violentas bajo la óptica de la OMS a día de hoy, sí había explorado vaginalmente innecesariamente a mujeres sólo para aprender, sí había roto bolsas amnióticas para acelerar la dilatación, sí había ocultado inf ormaci&o acute;n sobre procedimientos, sí había negado en ocasiones apoyo emocional, sí había negado el ofrecimiento de líquidos orales en el parto, sí había puesto vías intravenosas rutinarias, sí había desanimado a las mujeres a que adoptaran posiciones más cómodas y favorables para el parto, sí había cortado vaginas sin necesidad, sí había practicado sobre el bebé intervenciones no justificadas que implicaban separación de la madre, y así podría seguir con un largo etcétera.
Descubrí a los 7 meses de finalizar mi formación como matrona en el área número 1 de Toledo, (Complejo hospitalario de Toledo y centros de atención primaria), que muchas de los conocimientos que había adquirido no servían para ayudar a las mujeres a gestar, parir y criar mejor, ni a los niños a adaptarse mejor a su vida extrauterina, sino más bien todo lo contrario, les añadíamos dificultades y eso se traducía en que una vivencia humana tan crítica y transcendente se transformaba en un suceso traumático que se recordaría siempre con dolor emocional, aun no habiendo perdido la vida ninguno de los protagonistas ni tenido secuelas físicas graves.
La constatación del dolor emocional posparto de las mujeres la iba reconociendo poco a poco en la consulta de atención primaria donde empecé a trabajar tras la residencia como matrona en formación. A día de hoy sigo trabajando en ese entorno comunitario y llevo muchos años sin estar en un hospital para atender a las mujeres y sus bebés, pero necesariamente estoy al tanto de los avances que se han realizado en general, en España y en particular en mi hospital de referencia.
Yo también soy partícipe del cambio y mis propias experiencias de maternidad me han dado el impulso que necesitaba para ponerme a ello, pero aun así, queda mucho por hacer.
Y lo principal que queda por hacer, es que los sanitarios, en su conjunto, nos demos cuenta de lo transcendente de nuestras intervenciones. Y para ello necesitamos tener en frente a las mujeres devolviéndonos sus experiencias.
No es agradable que una mujer te cuente que se ha sentido maltratada por unos comentarios o por un trato indiferente hacia sus inquietudes, cambios físicos y psicológicos que experimenta durante su proceso de convertirse en madre; que te cuente que no se la ha dado información sobre cuestiones importantes que va a necesitar saber; que se ha sentido agredida, violada, por prácticas realizadas durante su proceso de maternidad; que ha sentido miedo de llevar la contraria al sanitario, angustia por dudar de la idoneidad de su intervención…
No, no es plato de buen gusto. A todos nos agrada que nos digan lo bien que trabajamos, pero los aspectos negativos…, eso es para los que hacen "mala praxis". Pero necesitamos chocar contra ese muro que hemos levantado para ponernos enfrente y por encima de las mujeres. A muchas sanitarias que nos convertimos en madres se nos cae el muro poco a poco, y nos ponemos al nivel de nuestras iguales, las otras mujeres, dentro de cuyo colectivo nunca hemos dejado de estar.
Por eso estoy orgullosa de que en mi área de salud, el proceso de cambio esté en marcha y sea ya imparable. El grupo local, inaugurado hace más de una década por reivindicativas mujeres, tiene ahora una presencia palpable. Los sanitarios de nuestra área hablan de nuestra asociación. Algunos colectivos como las matronas de atención primaria ya se han entrevistado con nosotras. Nos hemos dado más a conocer con motivo de la celebración, a finales del pasado año, de una jornada sobre cuidados materno-infantiles que se desarrolló en la sede de los servicios centrales del Servicio Regional de Castilla La Mancha (SESCAM). La conferencia inaugural corrió a cargo de la Dra. Ibone Olza con su presentación titulada "La psicología del parto fisiológico" en la que no solamente puso en realce todo lo que la psique materna y del bebé ponen en funcionamiento para que el proceso de gestar, parir y criar transcurra de la forma más segura y placenteramente posible, sino que explícitamente, se mencionaron las practicas que hacen peligrar este proceso fisiológico. Con un lenguaje rotundo se habló de violencia obstétrica y de la huella que deja en mujeres y bebés, esto es, de toda la sociedad. Un inicio violento de la vida es el germen para una vida posterior de violencia, y no hay que buscar muy lejos para encontrar esta evidencia.
También hubo comunicaciones de otros profesionales, matronas, enfermeras y pediatras que también reivindicaban la importancia de que toda la asistencia gire alrededor de la madre y el bebé, de adaptar nuestras intervenciones a sus necesidades particulares, de hacer más acogedores los espacios hospitalarios, de huir de los protocolos inflexibles que hacen difícil una experiencia grata para ambos y que ponen en peligro el inicio de procesos saludables como la lactancia materna.
Nuestro grupo local fue invitado a participar. Y por boca de unas de nuestras socias, Mónica, se dio voz a las experiencias de violencia obstétrica en nuestra área de salud. Sus relatos de embarazo, partos y posparto, incomodaron a más de uno de la centena de asistentes congregados. También sus experiencias de parto y posparto respetado emocionaron a otros tantos y espero que les llevaran a cuestionarse lo que estaban haciendo o aprendiendo a hacer, pues eran bastantes los asistentes que se encontraban formándose como futuros sanitarios (matronas, enfermeros, médicos).
En unos días de comunicados por parte de colectivos profesionales que niegan la existencia de violencia obstétrica en nuestro país, siento una enorme decepción por esa obstinación en perpetuarse ante un posicionamiento que no hace más que distanciar a las mujeres, y sociedad en general, de las personas que se preparan para ayudarles en caso de dificultades; distanciamiento con quienes se llenan de conocimientos para luego transmitirlos a la población a la que prometen servir. Los sanitarios tenemos obligación hacer fluir esos conocimientos, a nuestros compañeros de hoy y del futuro, pero sobre todo a la población a la que debemos nuestro trabajo. Esa retención de información también es una forma de violencia, sutil, que difícilmente se reconoce. Pero es lo qu e hemos venido experimentando desde hace demasiado tiempo las mujeres y contra lo que nos levantamos en un esfuerzo titánico a nivel mundial.
El conocimiento sobre los procesos femeninos es poder. Y ese poder es legítimamente nuestro, de las mujeres.